viernes, mayo 19, 2006

UN EXCELENTE COMENTARIO RESPECTO A LA PELICULA DE MODA "EL CODIGO DA VINCI" Y LA POLITICA ACTUAL

La política ¡de película!

Los buenos terminan felices, los malos desgraciados. Eso es la ficción.

Óscar Wilde


Mal que me quieren mis comadres porque les digo sus verdades. Bien que me quieren mis vecinas porque les digo sus mentiras.

Dicho popular

Por Alejandro C. Manjarrez

La política mexicana parece diseñada por Dan Brown, el satanizado autor del libro El Código Da Vinci, por cierto el más vendido en lo que va del siglo (40 millones de ejemplares). Lo curioso es que varios de los gobiernos de México también encajan en la interpretación del citado novelista. Esto porque la propaganda que publican y exhiben podría haber sido pensada por el escritor de marras quien, entre otras jaladas, argumenta que en el mural de “La Última Cena” uno de los apóstoles no es hombre sino mujer. Se refiere, obvio, a Juan que –dice Brown– fue suplido por María Magdalena, en este caso la mujer travesti de la seudo historia religiosa novelada.

En fin, en esta mi aventurada comparación, hasta la propaganda del gobierno federal (y de algunos estatales) encaja con la línea argumental de la película que recién se entrenó en el mundo. Se trata, pues, de ficciones basadas en una “realidad virtual”. Si usted quiere comprobarlo sólo tendrá que usar su ojo y oído críticos y con ellos ver y escuchar cualquiera de los anuncios oficiales y además aquellos que promueven la aspiración de poder de los candidatos en campaña.

Otra de las coincidencias se dio en el preestreno del filme, mismo que se llevó a cabo en Cannes. Allá los invitados a la premier respondieron con sonoras carcajadas a la “revelación” sobre que Jesús y María Magdalena fueron los padres de la protagonista de la historia, linaje que –dice el novelista– estaba protegido por el priorato de Sión, la organización secreta encargada de encubrir a los descendientes de Cristo. En este caso las risas de los críticos que asistieron al estreno, tuvieron los mismos decibeles que las que escuchamos cuando el vocero de Vicente Fox dice algo que no quiso decir su jefe porque sabe que es puro cuento.

El éxito del libro (y puede ser que de la película) se debe a sus detractores importantes, o sea a los que por sus opiniones y jerarquía impactan en los medios de comunicación. Y el logro de los candidatos a la grande, por ejemplo, depende de cómo los ataquen sus igualmente importantes antagónicos. En el primer caso se venden libros y quizás entradas al cine, promoción que produce desencanto ya que, insisto, la historia está jalada de los pelos. Y en el segundo se promueven los votos que darán el triunfo a uno de los candidatos, victoria que, como pinta el panorama, no sólo producirá desencanto sino también frustración.

En el Código Da Vinci aparecen errores geográficos e históricos. Una muestra:

“El Ayuntamiento está en la plaza de España… a la Giralda se suben por una escalera, la catedral es gótica de siglo XI y los callejones del barrio de Santa Cruz datan del tiempo de los romanos”.

Y las apreciaciones de los políticos casi siempre se fundan en datos falsos o manipulados a su favor: fallas estadísticas y regresiones a los tiempos de la historia que no debe repetirse.

Las teorías conspirativas son tan viejas como la Biblia y resultan infalibles como receta de éxito. Desde la ficción de “El padrino” hasta la no ficción del asesinato de Kennedy. “No importa si lo que se cuenta sucedió o no –muchas veces la verosimilitud hace creíble lo que nunca fue– lo que atrapa es tratar de develar los aparentes intereses ocultos detrás de los hechos (los “compló” contra el Peje, por ejemplo). El secreto de la película se basa en la copia de esta vieja fórmula –o viejo truco–, circunstancia “que desató un sectarismo combativo que queda entre ellos: los fanáticos de siempre”.

En política esos mismos “fanáticos de siempre” son los que conspiran contra el país y contra su riqueza petrolera y contra su ideología liberal y contra sus compromisos históricos, lo cual no es ficción, que conste. Y lo hacen al tergiversar la historia que paradójicamente no conocen, ignorancia que parece eximirlos de una culpa equivalente a la traición a la patria.

Pero para no hacer el cuento largo concluyo que la película de marras costó 125 millones de dólares (de esa cantidad 18 millones fueron para el principal actor Tom Hanks). Y que los candidatos en campaña le cuestan a México diez veces esa suma. En ambos casos el probable fracaso equivale a la espada de Damocles, y en una y otra “oferta” (el entretenimiento y la política) el pagano siempre será el público, el pueblo.

Así que si va usted a ver la película, compare a los personajes con los políticos actuales seguramente pasará un buen rato, y puede ser que hasta se asuste…

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