lunes, julio 17, 2006

PARA LOS FANATICOS DE LA LUCHAS, LES VA A INTERESAR

Máscara de lucha libre, la primera fue mexicana

Antonio H. Martínez fue un hombre de altos vuelos, siempre pensó en grande. La muestra está en que desde muy joven la ciudad de Guanajuato le quedó chica para sus ambiciosos proyectos. Lo que él necesitaba era un lugar donde pudiera dar rienda suelta a sus ideas. Así, no dudó en tomar sus maletas y viajar a la ciudad de México a probar suerte. Le fue bien. Baste decir que revolucionó la lucha libre para siempre...
Se vivía el año 1933 cuando Don Antonio tuvo el tino de aplicar sus conocimientos en el manejo de la piel con la que fabricaba zapatos para crear lo que sería la primera máscara de lucha libre del mundo. Fue un encargo especial que le hizo el Ciclón Mckey, un luchador estadunidense que estaba dispuesto a pagar cualquier precio con tal de proteger su identidad.
A partir de ese momento todo había cambiado; ahora era imposible concebir la historia de la lucha libre sin las emblemáticas máscaras que diseñó para El Santo, Blue Demon, El Huracán Ramírez o El Solitario.
Actualmente es tal el gusto por las máscaras que son compradas por gente proveniente de Estados Unidos, Francia, Italia, Alemania o Japón, que las adquieren en el lugar que tiene la patente internacional de su invento: Deportes Martínez (Dr. Río de la Loza 229-B), manejado por Víctor Martínez, hijo de Don Antonio.
Pero el éxito del que ahora goza la familia —aclara Víctor en entrevista con Crónica— no se dio así de fácil. Más bien fue un camino de sufrimiento del cual él no estuvo exento.
“En el año de 1933 el Ciclón Mckey le dijo a mi papá que necesitaba algo que le cubriera el rostro. ‘Cómo el Ku Klux Klan’, preguntó mi padre. ‘No, le dijo, eso me lo quitarían muy fácil. Necesito algo que tenga agujeta, como un zapato’.
“Mi papá entonces le tomó medidas y le prometió que en tres días tendría su encargo especial. Comenzó a trabajar la piel pero luego de diversas pruebas no quedó como quería.
“Cuando llegó el Ciclón Mckey y se probó la máscara no le quedó; se molestó muchísimo, comenzó a gritar y hasta le aventó el dinero de la paga. Mi padre, ante el rotundo fracaso, pensó que el negocio de las máscaras había terminado”, relató Víctor, quien aún guarda esa primera máscara, ahora ya gastada por el tiempo.
“A los seis meses el Ciclón Mckey regresó para que le hicieran otras seis máscaras. Había ido a varios países del mundo para que le realizaran un trabajo similar pero todos le recomendaron que mejor regresara a México”.
Con el segundo intento el trabajo se perfeccionó y fue que surgieron las 17 medidas que se requieren para fabricar una máscara perfecta y que actualmente es el secreto más preciado que tiene la familia. También cambiaron los materiales y las piezas que las componen.
“Con el tiempo mi papá fue viendo que las máscaras no dejaban respirar la piel de los luchadores, provocando que comenzarán a quedarse calvos. Cada que se las quitaban, se quedaban con un manojo de cabellos pegados. Por eso empezó a fabricarlas con tela raso, haciéndolas muy elásticas”, explicó.
EL HEREDERO. En la década de los 40 y 50 el éxito fue rotundo. Don Antonio era imparable... hasta que sufrió un accidente automovilístico que lo tendría en cama seis meses. Era la gran oportunidad que necesitaba Víctor para demostrarle a su padre que podría hacerse cargo del negocio.
“Mi padre nunca me explicó cómo hacer las cosas. Un día me dijo: ‘Tus hermanos son más inteligentes, tú nunca vas aprender. Mejor ponte a estudiar. Otras veces cosía algo en la máquina y le preguntaba cómo había quedado y sólo me decía ‘¿no sirve?’. Eso a un niño de 13 años lo acompleja.
“Por fortuna, mi papá me enseñó una cosa mejor en la vida: ser autodidacta como él. Cualquier cosa que vea que están haciendo, yo lo puedo hacer mejor. Podré fallar a la primera pero a la segunda, imposible”. Así aprendió a entrenar, luchar (luchó profesionalmente como Korak) y hasta a capacitar a nuevos valores, como El Hijo del Santo.
Recordó que durante los meses que se quedó al frente tuvo no sólo que lidiar con su inexperiencia, sino con uno de los clientes más exigentes que tenían: El Gladiador. “Por fortuna quedó muy satisfecho con el par de botas que le hice. Le demostré a mi padre que era bueno para el negocio”.
—Y usted, ¿es de los rudos o de los técnicos?
—De los rudos. Me gustan mucho ellos porque les rompen las máscaras a los técnicos y pues me dan más trabajo (risas).
“La verdad es que mi oficio me encanta, ver diseños nuevos que me trae la gente o proponer los propios, porque no aceptó hacer cualquier cosa. Hubo una vez que vino un hombre que quería traer un condón en la cabeza. Le dije: ¿sabes qué?, que te la haga otro. Yo soy serio y muy profesional en mi trabajo”.
Víctor dedica su tiempo completo a hacer máscaras, pero ya no a ver a sus portadores. “Tengo como tres años que no voy a las luchas. Ya no tengo ganas. Imagínate, yo vi a Black Shadow, El Santo y Blue Demon. Ya he visto todo en la lucha libre”, finalizó

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